Recuerdo que en una conversación con militantes del PI antes de las elecciones calculábamos lo que podríamos hacer en los próximos tres años -el tiempo que suponíamos tener antes del siguiente golpe militar-. Tal era la sucesión "normal" a la que nos habíamos acostumbrado. 
El hecho de que hoy estemos celebrando (mal que les pese a los que insisten en hacernos sentir estrictamente vigilados) treinta años de institucionalidad democrática -conflictiva, discutida y a los tropezones- resulta ser una experiencia impensada para la generación de los que ya eramos adultos por entonces.
La nota que acompaña esta ilustración destaca las "asignaturas pendientes": precariedad, abusos de poder, corrupción, clientelismo y una cierta indiferencia según la conveniencia egoísta de cada uno. Desde ya que se pueden encontrar esos defectos, como seguramente se los podrá encontrar en muchos otros países. También podría encontrarse otros que la nota no señala: concentración del poder económico y mediático y extranjerización de los factores claves de esa concentración que condiciona la capacidad de los gobiernos electos para cumplir con sus programas.
Y aún así, se podrían encontrar también aspectos para valorar: básicamente, la sensación de que las cartas no están echadas irreversiblemente. De que -si las iniciativas sociales encuentran canalizacionnes políticas- este es un régimen dentro del cual existe todavía un cierto grado de fluidez que permite pensar -y a veces conseguir- alteraciones de las reglas de juego que en otros países son menos imaginables.

Comments (0)