Como ya pasó más de un mes desde el post anterior y todavía no pude reencontrar el tono habitual del blog esto amenaza quedar excesivamente desactualizado.
Para no seguir postergando indefinidamente retomar el ritmo, pensé en publicar este trabajo con el vínculo a la nota para la que me lo encargaron, sin comentarios. Agotadoras fueron las polémicas que tuve en la carrera de Historia sobre este tema en el tormentoso año 1974. No me atraía volver sobre ellas.

Después pensé recomendar algunos de los blogs cuyos posteos sobre el tema más me habían interesado, como los de Abel y los de Ezequiel (cada uno con varias y conceptualmente ricas secuelas).
Pero fue finalmente el largo escrito firmado por Teodoro Boot publicado por Jorge y Juan el que más me picó el bichito de la polémica.

Es que, lejos de compensar los aspectos polémicos de la actuación de Don Juan Manuel con la perspectiva equilibrada del distanciamiento historiográfico, el artículo de Boot se juega de lleno por la actualidad de las opciones políticas que el juicio sobre Rosas contiene para el presente.
No voy a encarar un análisis detallado de este escrito largo y complejo. Me resisto a salir del todo de mi sopor. Sólo quiero apuntar un par de aspectos que me parecieron llamativos.

La primera parte es una extensa polémica con la nota que Horacio González publicara en Página12. Particularmente con la referencia de éste a los aspectos conservadores o reaccionarios de la formación ideológica y la conducta poco democrática del Restaurador de las Leyes.
La conclusión de esta parte me recordó aquella hipóstasis hegeliano-marxista a la que suele referirse J.P. Feinmann: La Astucia de la Razón. Es decir, la necesidad histórica por la cual un personaje cumple un papel superior a aquél que esperaba cumplir.
En este caso, Rosas -estanciero bonaerense de intereses particulares a su clase e industria- se vio llevado a encarnar los intereses soberanos de la Nación frente a las Potencias Imperiales. Y desafía Boot:
Pero ahí estaba Rosas, con sus más y sus menos; no Rivadavia, ni Lavalle, ni tampoco Jefferson.
 La segunda parte se ocupa más específicamente de la masas populares que daban al régimen de Rosas un respaldo masivo y -es la deducción lógica- su carácter democrático. La provocativa frase con que concluye el trabajo (y el programa político que insinúa para la actualidad) -después de reafirmar que la soberanía es la condición de la existencia nacional- es notable:

Y tan importante como eso, no olvidar nunca, ni dormidos, que lo realmente opuesto a la democracia no es la dictadura sino la aristocracia.
Huelga destacar lo infrecuente de este lenguaje en la cuidadosa retórica democrática contemporánea. Ni pienso adentrarme en las discusiones que podrían hacérsele desde la teoría política que va desde la clasificación aristotélica de los regímenes políticos a las mil gradaciones que podrían invocarse para las complejas sociedades modernas.
Apenas mencionaré al historiador Geoge Finlay, quien aclaraba que en la Grecia clásica, el "demos" no era una generalidad como "el pueblo" o "la mayoría" sino una clase específica: "los pobres". Del mismo modo en que quienes se llamaron así mismos "aristoi", o sea, "los mejores" eran, en realidad, "los ricos". La "Tiranía" fue el recurso del "demos" para ser escuchado por la fuerza cuando los "aristoi" se negaban a hacerlo por medios constitucionales.

Esto es muy básico y fundamental y es bueno tenerlo presente. Pero cuando pensamos las cambiantes tomas de posición y opinión de clases, grupos y subgrupos en la Argentina de hoy, parece todo un poco más complejo. Piénsese, no más, en los agrupamientos generados por el conflicto ruralista de 2008, en que se vio a la SRA y la Federación Agraria aliadas a caceroleros urbanos, y piqueteros troskos y maoístas (ciertamente poco ricos). Esa alianza no podía durar y no duró; lo significativo es que haya podido ocurrir.
El Pueblo -el sujeto más invocado en la liturgia setentista- se aparece hoy como una evanescente entidad siempre a construir mediante una compleja alquimia que incluye tanto la "opinión pública" moldeada desde los medios de comunicación masiva, como el activismo militante y -desde ya- las acciones concretas del Gobierno y las Oposiciones.
Por eso, el aspecto que más me sorprendió en el trabajo de Boot es que -luego de explicar muy refinadamente la diferente composición social de la plebe desde Mayo a Caseros- asuma las rabiosas invectivas de Martínez Estrada como fuente legitimadora de la identificación trans-histórica de Rosas y Perón (que éste notoriamente nunca asumió) por el simple beneficio del apoyo popular:

El pueblo del 17 de octubre "Era la Mazorca, pues salió de los frigoríficos como la otra salió de los saladeros. Eran las misma huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón, a su vez sucesor de aquel tirano".
Identificación que, por lo menos, parecería embotar la proyección que el proletariado industrial moderno tiene para imaginar formas de organización diferentes al Capitalismo, inimaginables en tiempos del rosismo. Si éste ya no es una amenaza (como nos tranquiliza irónicamente Boot) habría todavía que discutir si el Peronismo, concebido en este marco teórico, es el fin del camino imaginable para un capitalismo argentino de alcances todavía poco nítidos. Al menos, mientras el sector más rentable sea el agrícola y la industria (o quienes la poseen) no se vea todavía como alternativa, sino como partícipe secundario.