El 29 de Diciembre murió el gran artista norteamericano que revivió la caricatura periodística en los '60 y estaleció un estilo para otros hasta su retiro, tres años atrás.

Tal vez se veía a sí mismo como "un pintor que hacía caricaturas para vivir"; pero sus trabajos muestran la evidencia de su auténtico compromiso con sus temas, así como con su ética (aquí la colección más extensa).

Nacido en una familia trabajadora judía, nunca perdió el afecto por la vieja cultura socialista del mundo Idish. Esa que vio a la Civilización Occidental traicionar las promesas humanistas de la Ilustración y resultó aplastada en el Holocausto. El actual predominio de tendencias religiosas y nacionalistas entre las comunidades judías no se puede entender sin contar con esa catástrofe material y cultural.

Siendo yo mismo un remanente de esa cultura casi extinta me he sentido siempre cercano al modo de encarar la caricatura por Levine. Pero no había oído hablar de él hasta los 25 años, cuando ya tenía algunos años de estudio de Arte (e Historia) y de práctica retratística. Sin embargo resultó decisivo en el curso que tomó mi vida.

Yo había ido a estudiar Historia en Jerusalén después del golpe militar y acostumbraba hacer retratos bajo las murallas de la ciudad Vieja para complementar mi beca,  pero nunca llegué a sentirme cómodo (su visión de la Historia era demasiado conservador para mi gusto). No tenía idea de qué hacer ni de dónde vivir si abandonaba la Universidad, cuando cayó en mis manos un artículo del International Herald Tribune. Se titulaba: "The fine line of David Levine" (léase en versito: "De fain lain...etc") y contenía fragmentos de sus ideas junto a algunos dibujos. De golpe supe lo que hacer. Viajé a Tel-Aviv con una "colección" de apenas tres dibujos (Carter, Sadat y Begin); pregunté por cualquiera (me atendió Tommy Lapid, que llegaría a ser Vice-primer ministro) en cualquier diario (Maariv) y obtuve mi primer encargo.

Yo nunca había soñado con ser caricaturista profesional. Era fan de Hermenegildo Sábat, quien hacía entramados como Levine, desde su aparición en La Opinión. Pero su estilo era demasiado salvaje para seguirlo. Levine tenía un enfoque más racionalista que era más cercano a mi propia sensibilidad. Él abrió el sendero que he recorrido desde 1978 y le estoy agradecido por eso.

¡Hasta siempre Maestro!

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